sábado, 9 de mayo de 2015

Ser periodista

Mery Vaca, periodista
@meryvaca

Periodistas temerosos de hacer preguntas, periodistas temerosos de ofender al poder, periodistas temerosos de perder su fuente de trabajo. Existen esa clase de periodistas y la mala noticia para la profesión es que van en aumento.
Vivimos un largo tiempo de concentración del poder en un solo partido. Una de las víctimas de esta coyuntura es, sin duda, la prensa independiente. Medios comprados, medios cooptados, medios sumisos y pocos medios independientes configuran el escenario comunicacional de Bolivia, en el que algunos propietarios y/o directores juegan al equilibrista para preservar los contratos de publicidad y, finalmente, sobrevivir.
Dirán ellos que es fácil juzgar desde la calle porque otra cosa es tener la responsabilidad de dirigir un medio de comunicación, de garantizar su sostenibilidad y pagar puntualmente los salarios, beneficios y dobles aguinaldos a los trabajadores. Por eso mismo, no los juzgo y, dependiendo del cristal con el que se mire esta realidad, se podría decir, incluso, que es más inteligente suavizar el mensaje a cambio de garantizar la sobrevivencia del medio.
El caso es que esta práctica está mermando la calidad del periodismo boliviano y elevando el gusto por los espacios de entretenimiento. Las investigaciones periodísticas son cada vez más escasas y los enfoques tienden a ser anodinos. La prensa audaz y capaz de criticar aquello que le hace daño a la sociedad está quedando en el cajón de los recuerdos.
Esta timidez, además, va en contra de la esencia misma del periodismo que, para ser tal, debe ser independiente, buscar la verdad por encima de cualquier consideración y ser irreverente ante el poder.
Cada coyuntura impone un estilo de hacer periodismo, pero hay ciertos principios y condiciones que, más allá de los cambios políticos, debería tratar de observar todo buen reportero.
El periodismo, a mi entender, se asienta en un trípode compuesto por ética, mística y conocimientos.
La ética es esa capacidad que debe desarrollar todo ser humano (con mayor razón un periodista) de distinguir entre el bien y el mal, con el objetivo de optar siempre por el caminos del bien. La ética se cultiva en la casa, se desarrolla académicamente en las aulas de las carreras de Ciencias de la Comunicación y se consolida con el ejercicio profesional del (buen) periodista. La ética es la permanente  búsqueda de la verdad por encima de cualquier tentación, objetivo que se alcanza luego de recorrer un camino empinado de datos precisos, contrapartes encontradas, fuentes bien citadas, prebendas rechazadas.
La mística, en cambio, es el amor por el trabajo periodístico, la adrenalina que corre por las venas de los periodistas cada vez que están a punto de sacar una exclusiva; la emoción de ver su nombre impreso al lado de un buen titular; la satisfacción de ver rodar la cabeza de quien tramó ese acto irregular que, de no haber sido descubierto, hubiera seguido haciéndole daño a la sociedad.
La mística no se enseña en las aulas y simplemente se siente o no se siente, se tiene o no se tiene. La mística es ese algo que permite ser periodista las 24 horas del día, sacrificar los fines de semana y saltar de la cama cuando llega un dato al celular.
La tercera pata de este trípode son los conocimientos que, en parte, se adquieren en las aulas de la Universidad, pero, en su mayoría, emanan de los libros que leemos, los periódicos que devoramos, de la realidad que palpamos y, ahora, de las nuevas tecnologías con las que vivimos.

Si eres capaz de escribir una nota a cambio de dinero; si no vibras con cada titular publicado; o  si no te interesa conocer la realidad mundial y nacional, no tienes condiciones para ser periodista. En cambio, si reúnes esos tres requisitos y, además, eres irreverente con el poder, puedes empezar a teclear ahora mismo para escribir una buena historia que el camino escogido es el correcto.

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