domingo, 30 de agosto de 2020

Ayuda para los niños que están “privados” de amor







Mery Vaca

La niña Anabel se emociona porque sabe que cualquier día la visitará en su casa la profesora Beatriz y que le llevará colores para pintar. Ella está en kínder y, desde que el mundo se nos vino abajo por la pandemia, no ha recibido tareas ni señales de vida de su profesora del colegio. Beatriz es la educadora encargada del Centro de Apoyo Integral Pedagógico (CAIP) de la cárcel de Morros Blancos de Tarija, donde el padre de Anabel se encuentra detenido.

La pandemia nos ha puesto la vida de cabeza y, todos, de una forma u otra, estamos sufriendo los rigores del encierro, de la enfermedad y la escasez de recursos. Pero, esa realidad se multiplica si hablamos de los niños, cuyo padre o madre, están privados de libertad. En ese caso, los niños están también privados de amor.

Si el padre está detenido, la madre está a cargo de la manutención, cuidado y educación de los niños y, como la cuarentena dejó sin trabajo sobre todo a los informales, estas madres perdieron su fuente de ingresos como trabajadoras del hogar, vendedoras o limpiadoras.

Beatriz Vaca, de 60 años, es una activista por los derechos humanos que, desde hace dos años, entrega su vida a los hijos de los privados de libertad. Como coordinadora y facilitadora del CAIP, antes de que llegara el coronavirus al país, tenía 80 niños inscritos en el centro, donde les daba clases de nivelación para que, la “desventaja social” en la que se encuentran, pudiera ser superada.

Una de las actividades más exitosas de su clase es el denominado “tren de lectura” que consiste en una competencia para que los niños adquieran el hábito de leer. Cada libro representa un vagón y los ganadores reciben un premio que la profesora Beatriz consigue de uno y otro lado.

Cuando se decretó la cuarentena en el país, los niños del CAIP perdieron sus clases en los colegios a los que asistían regularmente, se quedaron sin el centro de nivelación del penal, perdieron la opción de ver a sus padres en días de visita y, por si fuera poco, muchos tuvieron que enfrentar la vida con pocos alimentos y menos medicamentos.

Entonces, la profesora Beatriz activó, en coordinación con el párroco del penal, Miguel Sotelo, la Defensoría del Pueblo y otras entidades, el apoyo a estas familias desde diferentes ámbitos.




Educación contra viento y marea

Mientras duró la cuarentena rígida, la profesora Beatriz recurrió a los videos para apoyar a sus niños en las tareas que, a su vez, recibían de sus profesores por WhatsApp o que las madres iban a recoger a los colegios.

Pero, la limitación era grande. “Hay mamás que tienen un solo teléfono para tres o cuatro niños, no tienen las megas para bajar los videos y muchas no pueden entrar al Zoom”, lamenta Beatriz.

Si bien antes de la pandemia Beatriz visitaba los colegios de los niños para hacer seguimiento a su formación, con las restricciones tuvo que hacerlo de manera virtual. Consiguió que los colegios (no todos) la incluyeran en los grupos de WhatsApp o le enviaran los links para las clases de Zoom. De esa forma, ella se enteraba de las tareas y luego se las pasaba a los niños, también por medios virtuales.

Una vez que la cuarentena se flexibilizó, Beatriz volvió a recorrer las calles en busca de sus estudiantes. De esa manera, llega hasta sus casas, pide permiso para entrar al patio o, si no se puede, la acera de la calle puede ser buena o, en su caso, el salón parroquial del barrio para impartir la clase de nivelación a sus estudiantes, esta vez, uno por uno. Pese a que las condiciones son precarias, nadie olvida el barbijo y la distancia necesaria para evitar el contagio del Covid-19. Con todo, ella reconoce que es difícil llegar con esta atención personalizada a los 80 niños del CAIP.

El tren de lectura pudo reactivarse y ahora los libros salen del CAIP y visitan las casas de los niños, con la condición de que no los ensucien ni los pierdan.














Alimentos para saciar el hambre

La educación es importante, pero no era suficiente. Con el padre preso y la madre sin trabajo, los niños corrían el riesgo de mal alimentarse y enfermarse. Por eso, junto al padre Sotelo organizaron un operativo de recolección de alimentos, lo que permitió que cada 15 días se entregaran bolsas de víveres a las madres más necesitadas.

Al principio de la cuarentena, se logró entregar bolsas de víveres a 180 mujeres, todas ellas esposas de privados de libertad. Estos alimentos fueron recolectados gracias a las campañas del padre Sotelo y la pastoral carcelaria, mientras que Beatriz contactaba a las beneficiarias para que el envío llegara al lugar correcto.

Beatriz cuenta que luego se tomó la decisión de priorizar a las madres que tenían más niños y las bolsas alimentarias alcanzaron entonces para aproximadamente 100 hogares.









Ropa para al invierno

Se acercaba el invierno y quien ha vivido en Tarija sabe que ese es un serio problema porque el frío húmedo penetra hasta los huesos.

Por eso, en alianza con la Defensoría del Pueblo, el CAIP organizó una campaña de recolección de ropa abrigada para los niños. “La gente donó ropa bonita y gran cantidad a todos los niños del CAIP”, cuenta con orgullo la maestra Beatriz.



Remedios para enfrentar el Covid

Y, en medio de una pandemia, es lógico que estas madres y estos niños se hayan contagiado o que hayan contraído otra enfermedad.

Cuenta Beatriz que cuando eso ocurría, les sugería que vayan al centro de salud del barrio, pero de allá volvían con la receta sin tener cómo comprarla. Ante esa situación, la profesora pagó de su dinero algunas recetas, pero su desprendimiento no sería suficiente. Por eso, se propuso conseguir apoyo para formar un botiquín, de donde saldrían medicinas para madres y niños enfermos.

Conocedoras de la historia, un grupo de amigas que viven en diferentes ciudades organizaron una colecta y lograron recaudar un pequeño fondo para adquirir los medicamentos para las madres y los niños del CAIP. Estas mujeres de buen corazón se bautizaron a sí mismas como “Las comadres del norte”, haciendo alusión a la tradición chapaca de dar y recibir solidaridad entre comadres.



Del tren de la lectura al tren de la ayuda

Los niños de padres privados de libertad necesitan una oportunidad. Ellos no tienen culpa de lo que pudieron haber hecho o dejado de hacer sus padres o madres. Por eso, el CAIP, una experiencia que se replica en cárceles de todo el país, es un centro fundamental para su formación y la profesora Beatriz es el motor que mueve esa montaña para que niñas como Anabel, la pequeña del kínder, tengan un futuro mejor.

Tal como ocurre con el tren de la lectura que imparte en su clase, la profesora Beatriz logró armar una especie de tren de ayuda para los niños del CAIP y con el apoyo de gente solidaria logró llenar el vagón de la educación, el vagón de los alimentos, el vagón de la ropa y el vagón de los medicamentos. Con seguridad que estas ayudas no resuelven la vida de estos hogares, pero son un punto de partida para una vida más digna.