viernes, 30 de junio de 2023

Mi pasión más dolorosa


Mery Vaca, exdirectora de Página Siete

Ayer no fui capaz de articular una idea, una frase o un párrafo. El dolor me inundó entera. Hoy lo hago porque, como en todo proceso de duelo, escribir es parte de la terapia.

Era un día de marzo cuando en plena reunión de editores, uno de nuestros periodistas, entre el reclamo y la desazón, contó que tenía a su hijito enfermo, que había ido a la Caja de Salud para que lo atendieran y que le habían rechazado el servicio por falta de pago. Tampoco tenía dinero para tratarlo con un médico particular porque, como no estaba recibiendo su salario, no podía financiar una pequeña cirugía que le costaría 8 mil bolivianos.

Ese día me quebré en la soledad de mi oficina y, por primera vez, redacté mi renuncia. Luego de mucha insistencia y ante la posibilidad de que un proceso de capitalización sacaría adelante al periódico, acepté quedarme un tiempo más.

Esa capitalización fracasó, pero, vaya esperanza, estaba en curso un segundo intento. Corría mayo cuando volví a quebrarme porque una de nuestras periodistas, a media semana, dejó sin concluir los reportajes que estaba investigando porque debía viajar a Cochabamba a ganarse unos pesos en una actividad que nada tenía que ver con el periodismo. Era eso o tendría que dejar de trabajar en el periódico porque ya le habían cortado del internet. Como era lógico, acepté el permiso para el viaje y redacté, una vez más, mi renuncia.

Pese a que esos casos son solo dos ejemplos de los muchos que se presentaron con diverso grado de urgencia y dramatismo, parecía una irracionalidad de mi parte dejar el periódico porque estaba a punto de salvarse y, con ese argumento, volvieron a convencerme de que me quedara al menos un par de meses para hacer una transición ordenada del cargo a un nuevo director.

Entre crisis, quiebre; crisis y otra vez quiebre, llegó junio y me encontró intentando la misión imposible de dirigir a un equipo golpeado en su humanidad. Para entonces, mi situación personal y familiar eran también insostenibles así que redacté mi tercera y última renuncia. Hace tres semanas me fui a casa a intentar curar mis heridas.

Este jueves 29 de junio, como todo el país, desperté con la noticia del cierre. El sueño o la pesadilla, dependiendo de cómo se lo quiera ver, había llegado a su fin.

Página Siete, para mí, no sólo fue un trabajo, fue mi mayor pasión periodística. La independencia y el pluralismo eran, no una retórica, sino una realidad, y de eso han dado fe los colegas que, tras enterarse del cierre, han escrito una sentida nota a los lectores.

En mis 26 años de trabajo he adquirido diversas aptitudes para dirigir un proyecto periodístico, pero ningún aprendizaje me había preparado para conducir a una redacción sin salarios.

Aquí estamos hoy, también yo, con siete salarios adeudados y con nuestras familias al límite de la resistencia.

Por eso, estimados amigos, si se encuentran con un extrabajador/a de Página Siete, regálenle un abrazo porque está emocionalmente roto, pero también, si pueden, ofrézcanle trabajo porque lo está necesitando con urgencia para llevar alimentos a su mesa.

No voy a detenerme en los motivos del cierre porque en ellos ha abundado el presidente del directorio, Raúl Garáfulic. Solamente quiero decir que sus palabras son ciertas, que hizo los esfuerzos por sacar adelante el periódico, pero que no pudo ganarle a “la tormenta perfecta” que tenía ante sí.

Finalmente, aquellos que se esforzaron en hacer creer o creyeron que Página Siete era un instrumento político de la oposición, del imperio o del enemigo de turno, ahora saben que estaban equivocados. De haber sido cierto, Página Siete no hubiera cerrado y sus trabajadores no estaríamos hoy en la calle. Donde ustedes veían una conspiración, había un puñado de seres humanos remando contra la corriente.

Murió mi pasión más dolorosa, pero hay que seguir adelante. Estoy juntando los pedacitos de mi alma para emprender, con el ímpetu de siempre, la nueva batalla que la vida me ponga en frente.