Mery Vaca, periodista
@meryvaca
El denominado
caso terrorismo ha llegado a tal nivel de enredo y confusión que, a estas
alturas, es imposible aspirar a conocer la verdad.
Hace seis
años, un operativo policial acabó con la vida de tres extranjeros en el hotel
Las Américas de Santa Cruz. Estos ciudadanos fueron acusados, después de
muertos, de formar parte de un plan separatista e incluso de plantearse un
magnicidio contra el presidente Evo Morales. Hasta ahí, y solo hasta ahí,
existe certeza de lo ocurrido.
Lo que viene
después es una maraña de hechos y dichos que, en vez de esclarecer los sucesos,
contribuyen a su oscurecimiento. Este caso, que se asemeja a un frondoso y viejo
árbol, tiene dos ramas.
Una de las
ramas es sostenida por el Gobierno, que acusa a los dirigentes cruceños de
haber conformado una célula terrorista con fines secesionistas y de haber
financiado al grupo que cayó en el hotel Las Américas en abril de 2009.
La otra rama
es sostenida por los líderes cruceños de oposición, quienes acusan al gobierno
de haber montado la trama para desbaratar a la oposición, objetivo que, en
parte, habría sido logrado, porque muchos de sus líderes están prófugos en el
exterior o enjuiciados.
Cuando empezó
el caso, los testigos, las pruebas e, incluso, los hechos mostraban que el
tronco gubernamental era robusto. No había lugar a dudas, en sentido de que el
grupo liderado por el croata-húngaro-boliviano Eduardo Rózsa pretendía dividir
Bolivia.
El súper
fiscal que estaba a cargo de esa acusación, Marcelo Soza, ahora busca asilo en
Brasil, donde sospechosamente y casi por arte de magia, se pasó de la rama del
gobierno a la de los opositores.
El principal
testigo del Gobierno y de la Fiscalía, Ignacio Villa Vargas, más conocido como
El Viejo, cambió su versión para ponerse del lado de los opositores luego de
que apareciera un vídeo en el que se observa que recibía dinero del Gobierno
para marcharse del país. Pero, en las últimas semanas admitió su culpabilidad
para ser sentenciado a ocho años de cárcel. ¿Quién podría creer en la palabra
de un testigo tan volátil?
Por si fuera
poco, el coronel Germán Cardona acaba de escapar del país para buscar refugio
en España tras declarar que las armas que sirvieron para acusar al grupo
terrorista eran, en realidad, armas que estaban en custodia en el Ejército
boliviano.
Esos y otros
hechos que sería interminable citar en este espacio, convirtieron al robusto
tronco gubernamental en unas ramas raquíticas que empiezan a caer a pedazos.
Parece que
hasta ahí va ganando la oposición cruceña porque su lado del árbol luce más
verde y frondoso que nunca.
Sin embargo,
la Fiscalía, que en este caso actúa como un apéndice del Ministerio de
Gobierno, se anota algunas victorias al lograr los juicios abreviados de varios
de los acusados, entre ellos el extranjero Elod Tóasó, sobreviviente del
operativo del hotel Las Américas, quien acusa al propio gobernador electo de
Santa Cruz, Rubén Costas, de haber promovido a la célula terrorista. Y, por
supuesto, confirma la supuesta veracidad del plan terrorista y separatista.
Y, la
historia sin fin puede continuar a favor de uno y otro lado del árbol. El caso
es que los ciudadanos bolivianos, que observamos el caso desde una mesurada
distancia ya no podemos distinguir cuál es la verdad y solo vemos una maraña
que crece sin control.
Tampoco
podemos fiarnos de uno y otro testigo porque éstos cambian sus versiones según
la conveniencia y nos dejan a los ciudadanos bolivianos con una enorme
interrogante.
Al parecer,
los líderes cruceños no son tan demonios como los quiere pintar el Gobierno, ni
los operadores del Poder Ejecutivo son tan ángeles como se quieren mostrar.
Algo hacían
esos extranjeros en Santa Cruz posando para la posteridad con armas en las
manos. Algo hacían los líderes cruceños en reuniones secretas esos días en que
se jugaba el control político del país.
Y, del otro
lado, algo hacía el gobierno para desbaratar a esa oposición dura que amenazaba
con poner en riesgo el denominado proceso de cambio. Algo hacían los operadores
del MAS y, en ese algo, no se guiaban por la Biblia ni por la Constitución
Política del Estado.
Algo hacían
unos y otros. Algo hacían ángeles y demonios. Desafortunadamente, nunca
sabremos qué exactamente era lo que hacía uno y otro bando porque, al parecer,
a ninguno le interesa esclarecer la verdad. Entre tanto, el árbol seguirá
creciendo descontrolado, regado por la confusión de uno y otro lado.
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