Mery Vaca, periodista
@meryvaca
Parecía
impensable que los presidentes de Estados Unidos y de Cuba se estrecharan la
mano. Resultaba inverosímil pensar que un día se reunieran y que juntos
delinearan una estrategia de reconciliación. Barack Obama y Raúl Castro lo
hicieron y dejaron una marca histórica en la VII Cumbre de las Américas,
celebrada en Panamá.
Un Obama
dispuesto a librarse de “viejos argumentos” y un Castro reconociendo que “Obama
es un hombre honesto” hicieron por la Cumbre y por América mucho más que una
declaración conjunta de consenso que, esta vez, no pudo ser por las
divergencias en torno a Venezuela.
El
acercamiento iniciado en diciembre ha rendido sus frutos en esta cumbre, donde
han empezado a enterrarse los resabios de la guerra fría, cuyas consecuencias
han sufrido los pueblos latinoamericanos (particularmente Cuba) más allá de la caída
del muro de Berlín.
Por supuesto,
las cosas no son tan fáciles como darse la mano ante las cámaras. Los temas de
fondo, como el bloqueo económico y la posesión sobre Guantánamo, persisten del
lado de Estados Unidos. Y, en el lado cubano los derechos humanos, la
democracia y las libertades siguen siendo asignaturas pendientes. Aunque, la
reciente decisión de Obama de retirar a Cuba de la lista de países que
patrocinan el terrorismo es una acción concreta que demuestra que pretende ir
más allá de la simple retórica. Eso, independientemente de si el Congreso
estadounidense le respalda o no en sus decisiones.
Tampoco es
fácil convencer de que este es el camino correcto a dos pueblos que han sido
obligados a vivir de espaldas más de 50 años. Tanto en Estados Unidos como en
Cuba existen grandes colectivos radicales que se oponen a las políticas de
acercamiento y de exoneración mutua de culpas. Todo es un proceso y éste apenas
ha empezado.
Si Castro se
da la mano con Obama y, además, dice que éste es un hombre honesto, ¿qué papel
juegan en este escenario Nicolás Maduro, Rafael Correa y Evo Morales, los
líderes del denominado socialismo del siglo XXI, que ven a los hermanos Castro como sus mentores, y que enarbolan
un discurso esencialmente antiimperialista?
Todos ellos,
durante la realización de la Cumbre de la OEA persistieron en el mensaje
confrontacional que les caracteriza, aunque, a último momento, Maduro también
tuvo su encuentro con Obama, a quien le exigió, con justa razón, que derogue el
decreto que declara a Venezuela como una amenaza para Estados Unidos.
A
contracorriente con los ánimos de reconciliación, estos líderes persistieron en
su arremetida en contra de los que no se subordinan a sus ideologías, entre
ellos, los medios de comunicación. Correa atacó a lo que él denomina “la mala
prensa”, lo que le mereció una respuesta de Obama en sentido de que él prefiere
la mala prensa que la prensa silenciada.
Y, Morales, lejos
del líder que encantaba y casi hipnotizaba a la prensa internacional,
protagonizó un nuevo incidente con los periodistas, a quienes acusó de andar
por los pasillos “molestando presidentes”, en lo que pareció ser un
justificativo a la acción tomada por un miembro de su seguridad, que le pasó un
toque eléctrico a un periodista. Aunque, hay que aclararlo, el mandatario se
disculpó por el incidente.
Lo cierto es
que el acaparamiento del poder sin opción a la alternancia, la persecución a
los opositores, el silenciamiento de los medios de comunicación y el irrespeto
a la disidencia están desgastando la democracia en estos países. Por eso, es de
esperar que el apretón de manos de Obama y Castro contagie con los ánimos de
reconciliación a toda Latinoamérica.
Sería
importante que haya otros apretones de manos entre Obama y los líderes
latinoamericanos; pero, más importante que eso, sería que cese la confrontación
política interna en estos países; que los presos políticos sean amnistiados,
que las libertades sean respetadas, que los medios tengan garantías para su
trabajo, que la justicia sea independiente. En fin, que el efecto contagio haga
de la democracia una verdadera democracia.
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