Mery Vaca,
periodista
Las niñas violadas
y asesinadas en LLallagua, las niñas violadas y embarazadas por sus propios
padres en Caranavi, las niñas ultrajadas en toda Bolivia son nuestras niñas. Por
eso nos duele -a quienes nos duele- que sean víctimas de la violencia más cruel
y que sus casos sirvan, únicamente, para engrosar las estadísticas de las
instituciones dedicadas a esta temática.
Han pasado 16 años
desde que los periódicos de La Paz destinaron su portada, por primera vez, a la
violación y asesinato de una niña llamada Patricia. El hecho había conmovido a
la sociedad y por eso estaba ahí, en primera página, diciéndole al país que
algo había que hacer. Los años fueron transcurriendo y las estadísticas se
fueron perfeccionando, pero nada más pasó.
En medio de la
vorágine informativa de la pasada semana y compitiendo con la fuga y recaptura
de Martín Belaunde, con la debacle del Tribunal Supremo Electoral y con mega corrupción
en la FIFA, ha aparecido una pequeña noticia en los medios bolivianos sobre una
turba que saqueó y quemó instituciones en protesta por la violación y asesinato
de dos niñas en la población potosina de Llallagua.
Decir que nada
justifica la violencia, que las instituciones deben respetarse y que las leyes
deben acatarse es caer en el fácil y hueco discurso de defensa de un estado de
derecho que no ha sido capaz de dar respuestas a las madres que perdieron a sus
hijas.
La gente de
Llallagua se hartó y por eso, enfurecida, destruyó las instalaciones de dos unidades
policiales, de la Fiscalía, de la Defensoría de la Niñez y del Servicio Legal
de la Alcaldía de ese municipio.
Esto demuestra
que la vida de centenares de niñas violadas y asesinadas no ha sido suficiente
para movilizar al poderoso estado plurinacional que nos cobija, ni ha merecido
mayor atención pese a la bonanza económica que tanto nos enorgullece. Que sean,
entonces, las instituciones apedreadas y quemadas las que movilicen a las
autoridades. Que la violencia sirva para algo esta vez, al menos esta vez.
El Defensor del
Pueblo, Rolando Villena, ha advertido que este tipo de hechos pueden repetirse
en otras ciudades de Bolivia porque la
violencia contra las niñas es de nunca
acabar. Solo en los primeros cuatro meses de este año, los medios reportaron 13
asesinatos de niñas, niños y adolescentes, además de 133 denuncias de violencia
sexual. En el 99 por ciento de los casos, las víctimas son mujeres. En 2014, se
conocieron 73 infanticidios.
Estadísticas
otra vez. Ahí acaban los casos de violencia contra las niñas, en los números.
Mientras tanto, la podredumbre de la Policía, la Fiscalía y la Justicia se
reproduce sin control.
En los últimos
días y tras la renuncia de todos los vocales del Tribunal Supremo Electoral, se
ha empezado a hablar de la necesidad de un pacto político y social no solo para
designar personas idóneas en esos cargos, sino para elaborar una agenda
nacional de consenso, que incluya reformas electorales, políticas y judiciales,
al estilo de los acuerdo de 1991.
Es de esperar
que el partido gobernante no desaproveche esta oportunidad para reformar la
Policía, la Fiscalía y la Justicia, esa tríada que siembra terror entre los
ciudadanos y que, en vez de combatir el delito, lo promueve y lo alienta.
Esas reformas
profundas deben empezar en la cúpula y deben llegar hasta el juzgado de
Llallagua, hasta la Fiscalía de Caranavi, hasta la Policía del ayllu más
alejado de Bolivia para que las madres se sientan tranquilas y las niñas puedan
crecer sin temor a esos monstruos que las acechan a diario en las calles y en
su propia casa.
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