lunes, 15 de junio de 2015

A la marraqueta


Mery Vaca

En La Paz, el pan nuestro de cada día se llama marraqueta. La primera vez que la probé me sentí estafada porque parecía un insípido pan francés que amenzaba con provocarme heriditas en las encías con sus puntas crocantes.
La marraqueta, como el sushi, es gusto adquirido, me advirtieron los paceños. Y, así, día tras día fui adquiriendo el gusto por la marraqueta, por el Illimani, por el helado de canela y también  por el paceño que ahora es mi esposo.
Ahora sé que los paceños no son tales sin su marraqueta. Es un símbolo de identidad que por su majestuosidad solo se compara al Illimani. La comen con mantequilla, con quesito, con nata, con mermelada, con palta, con carnes frías, con llajwita y hasta con plátano y papaya Salvietti. Los más radicales comen el hot dog con marraqueta. Marraqueta debe haber en la casa, en la oficina, en la pensión del mediodía, en el agachadito de la esquina y hasta en el restaurante gourmet de la zona sur.
La marraqueta es un, cómo no, “patrimonio cultural e histórico de La Paz” desde el año 2006. Y es también el mejor "souvenir" de esta tierra. Cuando algún paceño se va de viaje añora sus montañas nevadas saboreando la marraqueta que llegó cargada de amor desde las alturas. Yo misma, en una ocasión, tuve que mandar una maleta llena de marraquetas para un amigo que vivía en España.
Pero no es lo mismo, dirán los más exigentes. La marraqueta tiene que ser crocante, recién salidita del horno, te aconsejarán. No, ¿pero acaso no te has enterado que si las congelas, luego las pones un minuto al horno, salen como si hubieran sido amasadas hoy mismo en algún horno paceño?. Yaaaaaaaaaa, ¿en seriooooo?. En serio, dicen los que saben.
La marraqueta es tan amada que cuando los panificadores anunciaron que dejarían de producirla, ningún periódico se atrevió a poner la noticia en la portada. Y no es que quisieran evitarle un  mal de amores a los paceños, sino que, sencillamente, no creyeron en la  noticia porque era demasiado surrealista.
El caso es que la amada marraqueta empezó a escasear y un buen día desapareció en medio del pesar y el lamento chukuta que recorrió como una pólvora por las redes sociales. No faltó el creativo que le hizo un necrológico deseando que la marraqueta descanse en paz, al que luego se sumaría otro ingenioso internauta que propuso reemplazar la hostia por la marraqueta para atraer más fieles a las iglesias. No sería mala idea.
No pocos restaurantes o cafeterías agregaron en sus menús la aclamada frase: tenemos marraquetas. Y ni qué decir de la alegría que sentían aquellos paceños que, luego de pasar una y mil peripecias, encontraban unas pocas marraquetas en alguna tienda secreta de La Paz. La ocasión ameritaba, entonces, subir las fotos de las marraquetas al face y hacer que el evento compitiera, por su importancia, con la celebración de cumpleaños, la primera comunión o la boda.
La marraqueta, dicen, se elabora solamente con harina, agua y sal. “No”, contradicen los que saben el secreto, también se añade levadura y azúcar. Puede ser, pero el caso es que algún misterio encierra su elaboración porque no cualquiera puede hacer marraqueta, o pregúntenles a los militares que tuvieron que resignarse a vender sarnitas.
La marraqueta es también conocida como el pan de batalla porque, según dicen los que saben de marraquetas y guerras, era el alimento que se llevaban los soldados que iban a pelear en la contienda del Chaco.
Cuando la conocí creí que era de batalla porque había que librar una batalla para comerla. O, escuchen no más a los pico verde que, entre broma y broma, en algún tugurio de Chijini piden una marraqueta para cortarse las venas mientras escuchan melodramáticas baladas de los 70.
La marraqueta es única y solo existe en La Paz. Eso dirían los paceños, pero es falso. También hay marraquetas en Chile, nada menos que en Chile. O será que, igual que el mar, ¿las marraquetas paceñas permanecen cautivas en ese país?
Sí, sí, lo de la marraqueta chilena es en serio, tanto que hay un grupo musical chileno que se llama La marraqueta. ¿Que nosotros también tenemos uno? Claro que sí, pero el nuestro es un Marraketa blindada. O, de una vez, ¿definimos en el asunto en La Haya?
La marraqueta paceña es tan popular que los albañiles, pese a que ahora ganan tanto como un arquitecto asalariado, siguen comiéndola con su Papaya Salvietti y su plátano. La marraqueta es, a la vez, tan chic que un restaurant de la zona sur inventó el postre del albañil, precisamente, juntando esos tres ingredientes. La marraqueta también está en las mesas de los poderosos. Recuerden que en 2010 un agente de seguridad del presidente Evo Morales se hizo robar uno de los vehículos presidenciales al bajarse ceca de la plaza de San Pedro para ir a comprar marraquetas para el desayuno del Mandatario.
Es tan indispensable la marraqueta en La Paz que la virgencita de Copacabana habrá tenido que hacer un milagro para que no desaparezcan definitivamente. Que ya no cuestan 0,40, sino 0, 50 centavos; que ya no son regordetas sino escuálidas, que ahora son chiquititas. Está bien, pero mejor todo eso que vivir sin ellas, dirían los paceños orgullosos de comprar cada mañana en la tienda de la esquina una bolsa de crujientes marraquetas.

Pero, ahora también está escaseando la carne. Qué importa si las amadas marraquetas han vuelto a la mesa de los paceños.

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