Mery Vaca
En La Paz, el
pan nuestro de cada día se llama marraqueta. La primera vez que la probé me
sentí estafada porque parecía un insípido pan francés que amenzaba con provocarme heriditas en las encías con sus puntas crocantes.
La marraqueta,
como el sushi, es gusto adquirido, me advirtieron los paceños. Y, así, día tras
día fui adquiriendo el gusto por la marraqueta, por el Illimani, por el helado
de canela y también por el paceño que
ahora es mi esposo.
Ahora sé que los
paceños no son tales sin su marraqueta. Es un símbolo de identidad que por su
majestuosidad solo se compara al Illimani. La comen con mantequilla, con
quesito, con nata, con mermelada, con palta, con carnes frías, con llajwita y
hasta con plátano y papaya Salvietti. Los más radicales comen el hot dog con
marraqueta. Marraqueta debe haber en la casa, en la oficina, en la pensión del
mediodía, en el agachadito de la esquina y hasta en el restaurante gourmet de
la zona sur.
La
marraqueta es un, cómo no, “patrimonio cultural e histórico de La Paz” desde el
año 2006. Y es también el mejor "souvenir" de esta tierra. Cuando algún paceño se
va de viaje añora sus montañas nevadas saboreando la marraqueta que llegó
cargada de amor desde las alturas. Yo misma, en una ocasión, tuve que mandar
una maleta llena de marraquetas para un amigo que vivía en España.
Pero no es lo
mismo, dirán los más exigentes. La marraqueta tiene que ser crocante, recién
salidita del horno, te aconsejarán. No, ¿pero acaso no te has enterado que si
las congelas, luego las pones un minuto al horno, salen como si hubieran sido
amasadas hoy mismo en algún horno paceño?. Yaaaaaaaaaa, ¿en seriooooo?. En
serio, dicen los que saben.
La marraqueta es
tan amada que cuando los panificadores anunciaron que dejarían de producirla,
ningún periódico se atrevió a poner la noticia en la portada. Y no es que
quisieran evitarle un mal de amores a
los paceños, sino que, sencillamente, no creyeron en la noticia porque era demasiado surrealista.
El caso es que
la amada marraqueta empezó a escasear y un buen día desapareció en medio del
pesar y el lamento chukuta que recorrió como una pólvora por las redes
sociales. No faltó el creativo que le hizo un necrológico deseando que la
marraqueta descanse en paz, al que luego se sumaría otro ingenioso internauta
que propuso reemplazar la hostia por la marraqueta para atraer más fieles a las
iglesias. No sería mala idea.
No pocos
restaurantes o cafeterías agregaron en sus menús la aclamada frase: tenemos
marraquetas. Y ni qué decir de la alegría que sentían aquellos paceños que,
luego de pasar una y mil peripecias, encontraban unas pocas marraquetas en
alguna tienda secreta de La Paz. La ocasión ameritaba, entonces, subir las
fotos de las marraquetas al face y hacer que el evento compitiera, por su
importancia, con la celebración de cumpleaños, la primera comunión o la boda.
La marraqueta,
dicen, se elabora solamente con harina, agua y sal. “No”, contradicen los que
saben el secreto, también se añade levadura y azúcar. Puede ser, pero el caso
es que algún misterio encierra su elaboración porque no cualquiera puede hacer
marraqueta, o pregúntenles a los militares que tuvieron que resignarse a vender
sarnitas.
La marraqueta es
también conocida como el pan de batalla porque, según dicen los que saben de
marraquetas y guerras, era el alimento que se llevaban los soldados que iban a
pelear en la contienda del Chaco.
Cuando la conocí
creí que era de batalla porque había que librar una batalla para comerla. O,
escuchen no más a los pico verde que, entre broma y broma, en algún tugurio de
Chijini piden una marraqueta para cortarse las venas mientras escuchan
melodramáticas baladas de los 70.
La marraqueta es
única y solo existe en La Paz. Eso dirían los paceños, pero es falso. También
hay marraquetas en Chile, nada menos que en Chile. O será que, igual que el
mar, ¿las marraquetas paceñas permanecen cautivas en ese país?
Sí, sí, lo de la
marraqueta chilena es en serio, tanto que hay un grupo musical chileno que se
llama La marraqueta. ¿Que nosotros también tenemos uno? Claro que sí, pero el
nuestro es un Marraketa blindada. O, de una vez, ¿definimos en el asunto en La
Haya?
La marraqueta
paceña es tan popular que los albañiles, pese a que ahora ganan tanto como un
arquitecto asalariado, siguen comiéndola con su Papaya Salvietti y su plátano.
La marraqueta es, a la vez, tan chic que un restaurant de la zona sur inventó
el postre del albañil, precisamente, juntando esos tres ingredientes. La
marraqueta también está en las mesas de los poderosos. Recuerden que en 2010 un
agente de seguridad del presidente Evo Morales se hizo robar uno de los
vehículos presidenciales al bajarse ceca de la plaza de San Pedro para ir a
comprar marraquetas para el desayuno del Mandatario.
Es tan
indispensable la marraqueta en La Paz que la virgencita de Copacabana habrá
tenido que hacer un milagro para que no desaparezcan definitivamente. Que ya no
cuestan 0,40, sino 0, 50 centavos; que ya no son regordetas sino escuálidas, que
ahora son chiquititas. Está bien, pero mejor todo eso que vivir sin ellas,
dirían los paceños orgullosos de comprar cada mañana en la tienda de la esquina
una bolsa de crujientes marraquetas.
Pero, ahora
también está escaseando la carne. Qué importa si las amadas marraquetas han vuelto
a la mesa de los paceños.
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