Mery Vaca, periodista
@meryvaca
Periodistas temerosos de hacer preguntas, periodistas temerosos de
ofender al poder, periodistas temerosos de perder su fuente de trabajo. Existen
esa clase de periodistas y la mala noticia para la profesión es que van en
aumento.
Vivimos un largo tiempo de concentración del poder en un solo
partido. Una de las víctimas de esta coyuntura es, sin duda, la prensa
independiente. Medios comprados, medios cooptados, medios sumisos y pocos
medios independientes configuran el escenario comunicacional de Bolivia, en el
que algunos propietarios y/o directores juegan al equilibrista para preservar
los contratos de publicidad y, finalmente, sobrevivir.
Dirán ellos que es fácil juzgar desde la calle porque otra cosa es
tener la responsabilidad de dirigir un medio de comunicación, de garantizar su
sostenibilidad y pagar puntualmente los salarios, beneficios y dobles
aguinaldos a los trabajadores. Por eso mismo, no los juzgo y, dependiendo del
cristal con el que se mire esta realidad, se podría decir, incluso, que es más
inteligente suavizar el mensaje a cambio de garantizar la sobrevivencia del
medio.
El caso es que esta práctica está mermando la calidad del periodismo
boliviano y elevando el gusto por los espacios de entretenimiento. Las
investigaciones periodísticas son cada vez más escasas y los enfoques tienden a
ser anodinos. La prensa audaz y capaz de criticar aquello que le hace daño a la
sociedad está quedando en el cajón de los recuerdos.
Esta timidez, además, va en contra de la esencia misma del
periodismo que, para ser tal, debe ser independiente, buscar la verdad por
encima de cualquier consideración y ser irreverente ante el poder.
Cada coyuntura impone un estilo de hacer periodismo, pero hay
ciertos principios y condiciones que, más allá de los cambios políticos,
debería tratar de observar todo buen reportero.
El periodismo, a mi entender, se asienta en un trípode compuesto por
ética, mística y conocimientos.
La ética es esa capacidad que debe desarrollar todo ser humano (con
mayor razón un periodista) de distinguir entre el bien y el mal, con el
objetivo de optar siempre por el caminos del bien. La ética se cultiva en la
casa, se desarrolla académicamente en las aulas de las carreras de Ciencias de
la Comunicación y se consolida con el ejercicio profesional del (buen) periodista.
La ética es la permanente búsqueda de la
verdad por encima de cualquier tentación, objetivo que se alcanza luego de
recorrer un camino empinado de datos precisos, contrapartes encontradas, fuentes
bien citadas, prebendas rechazadas.
La mística, en cambio, es el amor por el trabajo periodístico, la
adrenalina que corre por las venas de los periodistas cada vez que están a
punto de sacar una exclusiva; la emoción de ver su nombre impreso al lado de un
buen titular; la satisfacción de ver rodar la cabeza de quien tramó ese acto
irregular que, de no haber sido descubierto, hubiera seguido haciéndole daño a
la sociedad.
La mística no se enseña en las aulas y simplemente se siente o no se
siente, se tiene o no se tiene. La mística es ese algo que permite ser
periodista las 24 horas del día, sacrificar los fines de semana y saltar de la
cama cuando llega un dato al celular.
La tercera pata de este trípode son los conocimientos que, en parte,
se adquieren en las aulas de la Universidad, pero, en su mayoría, emanan de los
libros que leemos, los periódicos que devoramos, de la realidad que palpamos y,
ahora, de las nuevas tecnologías con las que vivimos.
Si eres capaz de escribir una nota a cambio de dinero; si no vibras
con cada titular publicado; o si no te
interesa conocer la realidad mundial y nacional, no tienes condiciones para ser
periodista. En cambio, si reúnes esos tres requisitos y, además, eres
irreverente con el poder, puedes empezar a teclear ahora mismo para escribir
una buena historia que el camino escogido es el correcto.
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