Mery Vaca
No
debería existir mayor misterio en torno a la verdad que la correspondencia
entre los dichos y los hechos fácticos. Sin embargo, una diversidad de
acciones, situaciones, intereses y hasta sentimientos envuelven a los hechos
hasta que una determinada versión llega a oídos de un destinatario. En ese
sinuoso trayecto, los hechos pueden ser amplificados, minimizados,
distorsionados o, sencillamente, cambiados.
Si
bien el tema la verdad se presta para un abordaje profundo y amplio, para fines
de este trabajo presentaremos pinceladas de dos ángulos: El político y el
periodístico. A manera de introducción diremos que hablar de verdad y política
podría resultar una contradicción, mientras que hablar de verdad y periodismo
tendría que ser una redundancia. Nótese que los verbos están en condicional y
no es una casualidad, el “podría” y el “tendría” denotan que estos dos ámbitos
están poblados de grises en vez de blancos y negros.
Verdad y política
La
esencia de la política es la conquista del poder y una vez logrado este
objetivo, el siguiente es su preservación.
El
camino hacia el poder, sin embargo, no está sembrado de buenas acciones, al
contrario, está poblado de vulneraciones a la ley, quebrantamiento de las
normas éticas y de “verdades” construidas a conveniencia.
Políticamente,
la mentira goza de tanta legitimidad que hasta ha sido bautizada con otros términos
para que se desprenda de su herencia malsonante, y entonces ahora se llama
posverdad, para significar aquellas emociones que predisponen al interlocutor a
creer en determinada versión. Las falsedades también pueden denominarse “hechos
alternativos” construidos en la realidad paralela del gobierno de Donald Trump.
Como
quiera que se llamen, el asunto es que los políticos construyen el discurso
para la opinión pública y, sobre todo, para la historia. Se dice que la
historia la cuentan los vencedores y mucho tienen que ver los gobiernos en la
construcción del discurso oficial.
Estrategias son las que sobran y los gobiernos
son especialistas en su aplicación. Por ejemplo, pueden optar por la cooptación
de medios de comunicación a través de la entrega de publicidad estatal o a
través de las presiones impositivas o laborales para el alineamiento de los
contenidos periodísticos a los intereses oficiales. O, pueden promover la
conformación de legiones de pensadores, opinadores, escritores y artistas para
que el mensaje influya en la opinión pública en determinado sentido. Es
determinante también el papel que juega la justicia en la construcción del
relato oficial, ya sea liberando de culpas a los amigos del régimen o
encarcelando a sus enemigos. Con ellos, habitualmente queda encarcelada la
verdad.
Los
hechos, sin embargo, no cambian. Son inalterables y así se mantienen a lo largo
del tiempo. Las que cambian son las versiones que sobre ellos se construyen. Y
una forma eficaz de hacerlo, nos decía Hannah Arendt (1996) es construir climas
de opinión al respecto, en uno u otro sentido. La opinión, empero, debería
basarse en los hechos porque, una vez que se sale de los mismos, es como
intentar construir un castillo de naipes.
También
es cierto que a los políticos poco les importa si sus castillos son de naipes o
de cemento, máxime si con sus posverdades o con sus hechos alternativos no
buscan convencer a toda la sociedad, sino a su propia militancia, que ya está
convencida de todo su proyecto, lo que incluye mentiras, medias verdades, o
distorsiones de la realidad. Lo que importa, finalmente, es el proyecto de
poder y los métodos para preservarlo son lo que menos importa.
Sin
ir muy lejos, ahora mismo en Bolivia este es un tema de palpitante actualidad,
pues tras el regreso del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder, el país está
dividido en dos: Aquellos que creen que en noviembre de 2019 hubo un golpe de
estado perpetrado por la derecha imperialista con ayuda de Estados Unidos y
aquellos que aseguran que hubo un fraude electoral perpetrado por el MAS, lo
que provocó una revuelta popular que derivó en la renuncia de Evo Morales al
poder.
No
es el fin de este trabajo dilucidar lo que sucedió en Bolivia en 2019, pero para
fines de registro diremos que la de 2019 era la cuarta postulación de Evo
Morales a la presidencia, pese a que la Constitución sólo le permitía dos; que
la Organización de Estados Americanos (OEA) certificó que se cometió un fraude
electoral en favor de Evo Morales; que luego de eso se desató una protesta
civil que duró 21 días, al término de los cuales, la Policía se amotinó y,
cuando ya Morales no tenía otra salida que la renuncia, las Fuerzas Armadas le
sugirieron su salida del poder. La presidencia no fue asumida por los líderes
de la protesta, ni por las Fuerzas Armadas, y tampoco por la Policía, sino que
quedó en manos de la entonces vicepresidenta del Senado, Jeanine Añez, quien
asumió el mando luego de que renunciara toda la cadena de sucesión prevista en
la Constitución, habiéndose generado un vacío de poder.
Un
año después, el MAS volvió al poder luego de ganar las elecciones con el 55,1%
de los votos, lo que no deja dudas sobre su legitimidad. Con la fuerza de
saberse vencedor aplica ahora una estrategia para que la historia registre que
en Bolivia hubo un golpe de estado el año 2019 en contra de Evo Morales. Esta
estrategia tiene múltiples aristas. Por un lado, la retórica gubernamental se
refiere al gobierno de transición como el gobierno de facto, los embajadores se
encargan de contarle al mundo esta versión, los fiscales y jueces han iniciado
juicios en contra de los supuestos impulsores del golpe, instituciones
internacionales afines a la izquierda bolivariana han desplegado una campaña
mundial para denunciar el golpe en Bolivia y para desbaratar el informe de la
OEA sobre el fraude electoral, los medios de comunicación afines al MAS se unen
a la construcción de la posverdad del golpe, ONGs con financiamiento externo
financian libros para denunciar a los actores de la interrupción de la
democracia en Bolivia, entre los que incluyen a los medios de comunicación que
nunca se alinearon con el MAS.
Seguramente
luego se harán películas, obras de teatro y más libros para contar la historia
del golpe que nunca ocurrió en Bolivia.
Y
¿quién puede rebatir las versiones construidas por los políticos? En el caso de
Bolivia, tendrían que hacerlo los otros políticos, los perdedores, o los
líderes de la protesta social que derivó en la renuncia de Morales, pero ocurre
que el gobierno de transición de Jeanine Añez fue tan malo, tan autoritario y
tan corrupto, que nadie quiere defenderlo. Y así va muriendo la que parecía una
verdad incontrastable.
En
Bolivia, la pugna política apunta a anular al otro, se busca borrarlo incluso
de la historia construyendo una nueva versión de los hechos. Ya ocurrió durante
el gobierno de transición, donde los integrantes del MAS tuvieron que huir del
país o someterse a la persecución judicial, y vuelve a ocurrir ahora, sólo que
a la inversa. Ahora es el gobierno del MAS el que arma juicios contra los que
condujeron el gobierno de transición. Y no se trata ya de vivir de espaldas
entre blancos e indígenas, o entre clase pudiente y clase de escasos recursos.
El asunto en Bolivia es más complejo que eso.
Pero
sigamos con lo nuestro. La verdad es un concepto asociado a la ética. La
política está divorciada de la ética. Por tanto, la política partidaria es una
mentira en la que los militantes eligen creer. La verdad sale de los labios de
los políticos solo cuando es conveniente a sus intereses. El ser de los políticos
está constituido por otros atributos, como la locuacidad, el carisma, la eficiencia,
pero nunca por la verdad. Al final, el político sabe que miente y el militante
prefiere la mentira a la verdad. Es una especie de amor tóxico el que une a los
líderes con sus militantes.
Verdad y periodismo
La
búsqueda de la verdad es el fin último del periodismo, según la enseñanza que
se imparte en las aulas universitarias, sin embargo, encontrarla parece ser una
misión imposible por diversos aspectos.
Desde
el momento en que sucede un hecho intervienen factores que complotan primero en
contra de la objetividad y luego en contra de la verdad. La subjetividad de la
fuente que cuenta el hecho, la subjetividad del periodista que escribe la
noticia y la subjetividad del destinatario van distorsionando, poco a poco,
aquello que tendría que ser la verdad.
Pero,
no solo eso. En el trayecto, un editor decide qué espacio darle a la noticia,
si estará o no en la portada, qué palabras utilizará en el titular y qué ángulo
de fotografía escogerá para ilustrar la información. Incluso, la fotografía que
tendría que hablar más que mil palabras, puede decir una cosa u otra totalmente
distinta dependiendo del ángulo, la luz o el instante en el que fue captada.
El
periodismo tendría que ser el paladín de la ética y el guardián de la verdad,
pero los medios de comunicación también responden a intereses políticos,
económicos y hasta religiosos, los cuales condicionan la línea editorial de los
mismos y ponen filtros a la verdad.
Sin
embargo, los medios de comunicación responden no sólo a la lógica de los
dueños, sino también a la lógica de la competencia, de la ética, de los
anunciantes y, por supuesto, la lógica del gusto del público. Tal es así que el
consumidor de noticias que tiene discernimiento crítico, sabrá cuándo un medio
le está mintiendo, cuándo le está bajando el perfil a una noticia, cuándo le
está subiendo el tono a otra, o cuándo le está ocultando un hecho. Si un medio
no publica, el otro lo hace y entonces el que no publica pierde credibilidad,
ese bien intangible que hace que los medios sean tales.
En
el ámbito del periodismo, el momento de mayor riesgo para la verdad es cuando
los intereses de los políticos se cruzan con los intereses del medio de
comunicación, lo cual ocurre con mucha frecuencia porque, como ya hemos
señalado más arriba, los políticos instrumentalizan a los medios de
comunicación para construir posverdades, hechos alternativos o simples
tergiversaciones.
Lo
que hay que preguntarse es en qué condición el medio se convierte en
instrumento del interés político: por presión, por voluntad propia, por
ignorancia, por dinero… En cualquiera de esos casos se produce la censura o la
autocensura, que impide la publicación de determinados temas con libertad e
independencia.
Conclusión
Hay
quienes se preguntan si la verdad existe o es que la humanidad está expuesta a
una contraposición de versiones. Es probable que la verdad se vaya diluyendo
con el pasar del tiempo al ritmo de las estrategias que buscan hacerla
desaparecer. Pero, lo que no hay que perder de vista es que, en el momento
primigenio, cuando se produce el hecho, el hecho mismo es la verdad.
Entre
una verdad dicha por un político y la verdad dicha por un medio de comunicación,
es preferible la segunda porque un medio, a diferencia del político, siempre
estará sujeto al escrutinio público y, lo más importante, cada vez que falte a
la verdad estará atentando en contra de su esencia y de su propia existencia.
A
diferencia de un medio, un político que miente puede ser tolerado, entendido y
hasta justificado, en aras de preservar el proyecto de poder.
Si
el político es indispensable para la democracia, lo es también el periodismo en
la medida en que se convierta en contrapeso y no en instrumento del poder.
La
esencia del periodismo es la búsqueda de la verdad y el principal impedimento
para alcanzar ese fin es el sistema político que crea estrategias para cambiar
la historia de acuerdo a su conveniencia.
Por
tanto, los intereses del periodismo y de los políticos van, o deberían ir, a
contraflecha. No puede haber periodismo amigo del poder porque entonces estará
yendo en contra de su propia existencia.
Y,
¿qué puede hacer el sujeto ante las mentiras que le cuentan los políticos y los
medios de comunicación? La toma de conciencia es el primer mecanismo de
resistencia frente a la manipulación de los hechos. Sólo en ese momento el
sujeto estará listo para dar el siguiente paso que, en el caso de los medios,
puede ser su decisión de no consumir noticias, o de consumirlas en otros
medios, y en el caso de la política puede ser la resistencia a través del voto,
de la protesta o de la desobediencia.
Cuando
nada de esto funciona, entonces puede ocurrir una ruptura, o una revolución que
se lleve por delante al sistema de partidos y con él al sistema mediático que,
en vez de servir a sus destinatarios, se convirtió en instrumento o amigo del
poder.