Mery Vaca
La niña Anabel se emociona porque
sabe que cualquier día la visitará en su casa la profesora Beatriz y que le
llevará colores para pintar. Ella está en kínder y, desde que el mundo se nos
vino abajo por la pandemia, no ha recibido tareas ni señales de vida de su
profesora del colegio. Beatriz es la educadora encargada del Centro de Apoyo
Integral Pedagógico (CAIP) de la cárcel de Morros Blancos de Tarija, donde el
padre de Anabel se encuentra detenido.
La pandemia nos ha puesto la vida
de cabeza y, todos, de una forma u otra, estamos sufriendo los rigores del
encierro, de la enfermedad y la escasez de recursos. Pero, esa realidad se
multiplica si hablamos de los niños, cuyo padre o madre, están privados de
libertad. En ese caso, los niños están también privados de amor.
Si el padre está detenido, la
madre está a cargo de la manutención, cuidado y educación de los niños y, como
la cuarentena dejó sin trabajo sobre todo a los informales, estas madres
perdieron su fuente de ingresos como trabajadoras del hogar, vendedoras o
limpiadoras.
Beatriz Vaca, de 60 años, es una
activista por los derechos humanos que, desde hace dos años, entrega su vida a
los hijos de los privados de libertad. Como coordinadora y facilitadora del
CAIP, antes de que llegara el coronavirus al país, tenía 80 niños inscritos en
el centro, donde les daba clases de nivelación para que, la “desventaja social”
en la que se encuentran, pudiera ser superada.
Una de las actividades más exitosas
de su clase es el denominado “tren de lectura” que consiste en una competencia
para que los niños adquieran el hábito de leer. Cada libro representa un vagón
y los ganadores reciben un premio que la profesora Beatriz consigue de uno y
otro lado.
Cuando se decretó la cuarentena
en el país, los niños del CAIP perdieron sus clases en los colegios a los que
asistían regularmente, se quedaron sin el centro de nivelación del penal,
perdieron la opción de ver a sus padres en días de visita y, por si fuera poco,
muchos tuvieron que enfrentar la vida con pocos alimentos y menos medicamentos.
Entonces, la profesora Beatriz activó, en coordinación con el párroco del penal, Miguel Sotelo, la Defensoría del Pueblo y otras entidades, el apoyo a estas familias desde diferentes ámbitos.
Educación contra viento y marea
Mientras duró la cuarentena
rígida, la profesora Beatriz recurrió a los videos para apoyar a sus niños en
las tareas que, a su vez, recibían de sus profesores por WhatsApp o que las
madres iban a recoger a los colegios.
Pero, la limitación era grande.
“Hay mamás que tienen un solo teléfono para tres o cuatro niños, no tienen las
megas para bajar los videos y muchas no pueden entrar al Zoom”, lamenta
Beatriz.
Si bien antes de la pandemia
Beatriz visitaba los colegios de los niños para hacer seguimiento a su
formación, con las restricciones tuvo que hacerlo de manera virtual. Consiguió
que los colegios (no todos) la incluyeran en los grupos de WhatsApp o le
enviaran los links para las clases de Zoom. De esa forma, ella se enteraba de
las tareas y luego se las pasaba a los niños, también por medios virtuales.
Una vez que la cuarentena se
flexibilizó, Beatriz volvió a recorrer las calles en busca de sus estudiantes.
De esa manera, llega hasta sus casas, pide permiso para entrar al patio o, si
no se puede, la acera de la calle puede ser buena o, en su caso, el salón
parroquial del barrio para impartir la clase de nivelación a sus estudiantes,
esta vez, uno por uno. Pese a que las condiciones son precarias, nadie olvida
el barbijo y la distancia necesaria para evitar el contagio del Covid-19. Con
todo, ella reconoce que es difícil llegar con esta atención personalizada a los
80 niños del CAIP.
El tren de lectura pudo
reactivarse y ahora los libros salen del CAIP y visitan las casas de los niños,
con la condición de que no los ensucien ni los pierdan.
Alimentos para saciar el hambre
La educación es importante, pero
no era suficiente. Con el padre preso y la madre sin trabajo, los niños corrían
el riesgo de mal alimentarse y enfermarse. Por eso, junto al padre Sotelo
organizaron un operativo de recolección de alimentos, lo que permitió que cada
15 días se entregaran bolsas de víveres a las madres más necesitadas.
Al principio de la cuarentena, se
logró entregar bolsas de víveres a 180 mujeres, todas ellas esposas de privados
de libertad. Estos alimentos fueron recolectados gracias a las campañas del
padre Sotelo y la pastoral carcelaria, mientras que Beatriz contactaba a las
beneficiarias para que el envío llegara al lugar correcto.
Beatriz cuenta que luego se tomó la decisión de priorizar a las madres que tenían más niños y las bolsas alimentarias alcanzaron entonces para aproximadamente 100 hogares.
Ropa para al invierno
Se acercaba el invierno y quien
ha vivido en Tarija sabe que ese es un serio problema porque el frío húmedo
penetra hasta los huesos.
Por eso, en alianza con la
Defensoría del Pueblo, el CAIP organizó una campaña de recolección de ropa
abrigada para los niños. “La gente donó ropa bonita y gran cantidad a todos los
niños del CAIP”, cuenta con orgullo la maestra Beatriz.
Remedios para enfrentar el Covid
Y, en medio de una pandemia, es
lógico que estas madres y estos niños se hayan contagiado o que hayan contraído
otra enfermedad.
Cuenta Beatriz que cuando eso
ocurría, les sugería que vayan al centro de salud del barrio, pero de allá
volvían con la receta sin tener cómo comprarla. Ante esa situación, la
profesora pagó de su dinero algunas recetas, pero su desprendimiento no sería
suficiente. Por eso, se propuso conseguir apoyo para formar un botiquín, de
donde saldrían medicinas para madres y niños enfermos.
Conocedoras de la historia, un
grupo de amigas que viven en diferentes ciudades organizaron una colecta y
lograron recaudar un pequeño fondo para adquirir los medicamentos para las
madres y los niños del CAIP. Estas mujeres de buen corazón se bautizaron a sí
mismas como “Las comadres del norte”, haciendo alusión a la tradición chapaca
de dar y recibir solidaridad entre comadres.
Del tren de la lectura al tren de la ayuda
Los niños de padres privados de
libertad necesitan una oportunidad. Ellos no tienen culpa de lo que pudieron
haber hecho o dejado de hacer sus padres o madres. Por eso, el CAIP, una
experiencia que se replica en cárceles de todo el país, es un centro
fundamental para su formación y la profesora Beatriz es el motor que mueve esa
montaña para que niñas como Anabel, la pequeña del kínder, tengan un futuro
mejor.
Tal como ocurre con el tren de la
lectura que imparte en su clase, la profesora Beatriz logró armar una especie
de tren de ayuda para los niños del CAIP y con el apoyo de gente solidaria
logró llenar el vagón de la educación, el vagón de los alimentos, el vagón de
la ropa y el vagón de los medicamentos. Con seguridad que estas ayudas no
resuelven la vida de estos hogares, pero son un punto de partida para una vida
más digna.