viernes, 15 de enero de 2021

La verdad en la política y en el periodismo

Mery Vaca

No debería existir mayor misterio en torno a la verdad que la correspondencia entre los dichos y los hechos fácticos. Sin embargo, una diversidad de acciones, situaciones, intereses y hasta sentimientos envuelven a los hechos hasta que una determinada versión llega a oídos de un destinatario. En ese sinuoso trayecto, los hechos pueden ser amplificados, minimizados, distorsionados o, sencillamente, cambiados.

Si bien el tema la verdad se presta para un abordaje profundo y amplio, para fines de este trabajo presentaremos pinceladas de dos ángulos: El político y el periodístico. A manera de introducción diremos que hablar de verdad y política podría resultar una contradicción, mientras que hablar de verdad y periodismo tendría que ser una redundancia. Nótese que los verbos están en condicional y no es una casualidad, el “podría” y el “tendría” denotan que estos dos ámbitos están poblados de grises en vez de blancos y negros.

Verdad y política

La esencia de la política es la conquista del poder y una vez logrado este objetivo, el siguiente es su preservación.

El camino hacia el poder, sin embargo, no está sembrado de buenas acciones, al contrario, está poblado de vulneraciones a la ley, quebrantamiento de las normas éticas y de “verdades” construidas a conveniencia.

Políticamente, la mentira goza de tanta legitimidad que hasta ha sido bautizada con otros términos para que se desprenda de su herencia malsonante, y entonces ahora se llama posverdad, para significar aquellas emociones que predisponen al interlocutor a creer en determinada versión. Las falsedades también pueden denominarse “hechos alternativos” construidos en la realidad paralela del gobierno de Donald Trump.

Como quiera que se llamen, el asunto es que los políticos construyen el discurso para la opinión pública y, sobre todo, para la historia. Se dice que la historia la cuentan los vencedores y mucho tienen que ver los gobiernos en la construcción del discurso oficial.

 Estrategias son las que sobran y los gobiernos son especialistas en su aplicación. Por ejemplo, pueden optar por la cooptación de medios de comunicación a través de la entrega de publicidad estatal o a través de las presiones impositivas o laborales para el alineamiento de los contenidos periodísticos a los intereses oficiales. O, pueden promover la conformación de legiones de pensadores, opinadores, escritores y artistas para que el mensaje influya en la opinión pública en determinado sentido. Es determinante también el papel que juega la justicia en la construcción del relato oficial, ya sea liberando de culpas a los amigos del régimen o encarcelando a sus enemigos. Con ellos, habitualmente queda encarcelada la verdad.

Los hechos, sin embargo, no cambian. Son inalterables y así se mantienen a lo largo del tiempo. Las que cambian son las versiones que sobre ellos se construyen. Y una forma eficaz de hacerlo, nos decía Hannah Arendt (1996) es construir climas de opinión al respecto, en uno u otro sentido. La opinión, empero, debería basarse en los hechos porque, una vez que se sale de los mismos, es como intentar construir un castillo de naipes.

También es cierto que a los políticos poco les importa si sus castillos son de naipes o de cemento, máxime si con sus posverdades o con sus hechos alternativos no buscan convencer a toda la sociedad, sino a su propia militancia, que ya está convencida de todo su proyecto, lo que incluye mentiras, medias verdades, o distorsiones de la realidad. Lo que importa, finalmente, es el proyecto de poder y los métodos para preservarlo son lo que menos importa.

Sin ir muy lejos, ahora mismo en Bolivia este es un tema de palpitante actualidad, pues tras el regreso del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder, el país está dividido en dos: Aquellos que creen que en noviembre de 2019 hubo un golpe de estado perpetrado por la derecha imperialista con ayuda de Estados Unidos y aquellos que aseguran que hubo un fraude electoral perpetrado por el MAS, lo que provocó una revuelta popular que derivó en la renuncia de Evo Morales al poder.

No es el fin de este trabajo dilucidar lo que sucedió en Bolivia en 2019, pero para fines de registro diremos que la de 2019 era la cuarta postulación de Evo Morales a la presidencia, pese a que la Constitución sólo le permitía dos; que la Organización de Estados Americanos (OEA) certificó que se cometió un fraude electoral en favor de Evo Morales; que luego de eso se desató una protesta civil que duró 21 días, al término de los cuales, la Policía se amotinó y, cuando ya Morales no tenía otra salida que la renuncia, las Fuerzas Armadas le sugirieron su salida del poder. La presidencia no fue asumida por los líderes de la protesta, ni por las Fuerzas Armadas, y tampoco por la Policía, sino que quedó en manos de la entonces vicepresidenta del Senado, Jeanine Añez, quien asumió el mando luego de que renunciara toda la cadena de sucesión prevista en la Constitución, habiéndose generado un vacío de poder.

Un año después, el MAS volvió al poder luego de ganar las elecciones con el 55,1% de los votos, lo que no deja dudas sobre su legitimidad. Con la fuerza de saberse vencedor aplica ahora una estrategia para que la historia registre que en Bolivia hubo un golpe de estado el año 2019 en contra de Evo Morales. Esta estrategia tiene múltiples aristas. Por un lado, la retórica gubernamental se refiere al gobierno de transición como el gobierno de facto, los embajadores se encargan de contarle al mundo esta versión, los fiscales y jueces han iniciado juicios en contra de los supuestos impulsores del golpe, instituciones internacionales afines a la izquierda bolivariana han desplegado una campaña mundial para denunciar el golpe en Bolivia y para desbaratar el informe de la OEA sobre el fraude electoral, los medios de comunicación afines al MAS se unen a la construcción de la posverdad del golpe, ONGs con financiamiento externo financian libros para denunciar a los actores de la interrupción de la democracia en Bolivia, entre los que incluyen a los medios de comunicación que nunca se alinearon con el MAS.

Seguramente luego se harán películas, obras de teatro y más libros para contar la historia del golpe que nunca ocurrió en Bolivia.

Y ¿quién puede rebatir las versiones construidas por los políticos? En el caso de Bolivia, tendrían que hacerlo los otros políticos, los perdedores, o los líderes de la protesta social que derivó en la renuncia de Morales, pero ocurre que el gobierno de transición de Jeanine Añez fue tan malo, tan autoritario y tan corrupto, que nadie quiere defenderlo. Y así va muriendo la que parecía una verdad incontrastable.

En Bolivia, la pugna política apunta a anular al otro, se busca borrarlo incluso de la historia construyendo una nueva versión de los hechos. Ya ocurrió durante el gobierno de transición, donde los integrantes del MAS tuvieron que huir del país o someterse a la persecución judicial, y vuelve a ocurrir ahora, sólo que a la inversa. Ahora es el gobierno del MAS el que arma juicios contra los que condujeron el gobierno de transición. Y no se trata ya de vivir de espaldas entre blancos e indígenas, o entre clase pudiente y clase de escasos recursos. El asunto en Bolivia es más complejo que eso.

Pero sigamos con lo nuestro. La verdad es un concepto asociado a la ética. La política está divorciada de la ética. Por tanto, la política partidaria es una mentira en la que los militantes eligen creer. La verdad sale de los labios de los políticos solo cuando es conveniente a sus intereses. El ser de los políticos está constituido por otros atributos, como la locuacidad, el carisma, la eficiencia, pero nunca por la verdad. Al final, el político sabe que miente y el militante prefiere la mentira a la verdad. Es una especie de amor tóxico el que une a los líderes con sus militantes.

Verdad y periodismo

La búsqueda de la verdad es el fin último del periodismo, según la enseñanza que se imparte en las aulas universitarias, sin embargo, encontrarla parece ser una misión imposible por diversos aspectos.

Desde el momento en que sucede un hecho intervienen factores que complotan primero en contra de la objetividad y luego en contra de la verdad. La subjetividad de la fuente que cuenta el hecho, la subjetividad del periodista que escribe la noticia y la subjetividad del destinatario van distorsionando, poco a poco, aquello que tendría que ser la verdad.

Pero, no solo eso. En el trayecto, un editor decide qué espacio darle a la noticia, si estará o no en la portada, qué palabras utilizará en el titular y qué ángulo de fotografía escogerá para ilustrar la información. Incluso, la fotografía que tendría que hablar más que mil palabras, puede decir una cosa u otra totalmente distinta dependiendo del ángulo, la luz o el instante en el que fue captada.

El periodismo tendría que ser el paladín de la ética y el guardián de la verdad, pero los medios de comunicación también responden a intereses políticos, económicos y hasta religiosos, los cuales condicionan la línea editorial de los mismos y ponen filtros a la verdad.

Sin embargo, los medios de comunicación responden no sólo a la lógica de los dueños, sino también a la lógica de la competencia, de la ética, de los anunciantes y, por supuesto, la lógica del gusto del público. Tal es así que el consumidor de noticias que tiene discernimiento crítico, sabrá cuándo un medio le está mintiendo, cuándo le está bajando el perfil a una noticia, cuándo le está subiendo el tono a otra, o cuándo le está ocultando un hecho. Si un medio no publica, el otro lo hace y entonces el que no publica pierde credibilidad, ese bien intangible que hace que los medios sean tales.

En el ámbito del periodismo, el momento de mayor riesgo para la verdad es cuando los intereses de los políticos se cruzan con los intereses del medio de comunicación, lo cual ocurre con mucha frecuencia porque, como ya hemos señalado más arriba, los políticos instrumentalizan a los medios de comunicación para construir posverdades, hechos alternativos o simples tergiversaciones.

Lo que hay que preguntarse es en qué condición el medio se convierte en instrumento del interés político: por presión, por voluntad propia, por ignorancia, por dinero… En cualquiera de esos casos se produce la censura o la autocensura, que impide la publicación de determinados temas con libertad e independencia.

Conclusión

Hay quienes se preguntan si la verdad existe o es que la humanidad está expuesta a una contraposición de versiones. Es probable que la verdad se vaya diluyendo con el pasar del tiempo al ritmo de las estrategias que buscan hacerla desaparecer. Pero, lo que no hay que perder de vista es que, en el momento primigenio, cuando se produce el hecho, el hecho mismo es la verdad.

Entre una verdad dicha por un político y la verdad dicha por un medio de comunicación, es preferible la segunda porque un medio, a diferencia del político, siempre estará sujeto al escrutinio público y, lo más importante, cada vez que falte a la verdad estará atentando en contra de su esencia y de su propia existencia.

A diferencia de un medio, un político que miente puede ser tolerado, entendido y hasta justificado, en aras de preservar el proyecto de poder.

Si el político es indispensable para la democracia, lo es también el periodismo en la medida en que se convierta en contrapeso y no en instrumento del poder.

La esencia del periodismo es la búsqueda de la verdad y el principal impedimento para alcanzar ese fin es el sistema político que crea estrategias para cambiar la historia de acuerdo a su conveniencia.

Por tanto, los intereses del periodismo y de los políticos van, o deberían ir, a contraflecha. No puede haber periodismo amigo del poder porque entonces estará yendo en contra de su propia existencia.

Y, ¿qué puede hacer el sujeto ante las mentiras que le cuentan los políticos y los medios de comunicación? La toma de conciencia es el primer mecanismo de resistencia frente a la manipulación de los hechos. Sólo en ese momento el sujeto estará listo para dar el siguiente paso que, en el caso de los medios, puede ser su decisión de no consumir noticias, o de consumirlas en otros medios, y en el caso de la política puede ser la resistencia a través del voto, de la protesta o de la desobediencia.

Cuando nada de esto funciona, entonces puede ocurrir una ruptura, o una revolución que se lleve por delante al sistema de partidos y con él al sistema mediático que, en vez de servir a sus destinatarios, se convirtió en instrumento o amigo del poder.

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